Despreciado desde siempre por los redactores, el folleto es, sin embargo,
una pieza que
permite desarrollar profusamente las ideas al disponerse de
mucho más espacio que en
un aviso.
Esta
ventaja es poca cosa comparada con la satisfacción de ver el aviso, que
uno ha redactado,
en el diario del domingo. Y el hecho de saber que ese día
tres millones de personas lo estarán leyendo.
Basta
con mirar los anuarios europeos y estadounidenses de publicidad, para
comprobar que los
folletos pueden contener mensajes cautivantes. (Es una
pena que, en esas fotografía de folletos,
el tamaño impida leer los
textos.) El folleto es casi como un aviso tridimensional, pero sin dejar
de ser lo que es.
Partes del folleto
Todo
folleto suele presentar:
-
Titular de tapa
- Titulares internos
- Texto
- Logotipo de cierre
Los
titulares internos se hacen imprescindibles cuando el texto es abundante y
resulta
imperativo ir agrupando los datos.
Las
funciones de las demás partes son similares a las del aviso publicitario,
aunque con
un mayor caudal de argumentos para el lector.
Dividiendo
la información
Presentar
la información en secciones no sólo facilita la lectura del folleto:
también simplifica
el trabajo del redactor, que puede de esa manera
organizar mejor todo el material de que dispone.
Es
adecuado que esa división vaya
1.
Desde lo más sencillo hacia lo más complejo
2. Desde lo conocido hacia lo desconocido
3. Desde lo central hacia lo accesorio
4. Desde el pasado hacia el presente, o desde el presente hacia el futuro
También,
los datos pueden ordenarse jerárquicamente a partir de estas preguntas
acerca
del producto o servicio:
.
¿Qué es?
. ¿Para quién es?
. ¿Para qué sirve?
. ¿Qué aspectos lo caracterizan o diferencian?
. ¿Cuánto cuesta?
. ¿Dónde se consigue?
. ¿Quién está utilizándolo?
. ¿Dónde se puede obtener más información?
No
hay que temerle a la obviedad. Todo lo que para el redactor pueda parecer
conocido, posiblemente no lo sea para quien hasta ese momento ni escuchó
hablar de ese producto. A menos que uno se esté dirigiendo a un público
con experiencia en el tema, habrá que considerar que el estilo didáctico,
en el fondo, todo el mundo lo agradece.
Eso
fue tenido en cuenta cuando en Argentina se lanzó el sistema de jubilación
privada, por medio de las administradoras de fondos de jubilaciones y
pensiones –AFJP–. En los folletos hubo que empezar por explicar cómo
se habían realizado hasta entonces los aportes. Y luego, cómo se
realizarían en adelante, para quienes se unieran al nuevo sistema.
Sólo
entonces se pudo hablar en el folleto de cada AFJP en particular, sus
valores, su respaldo, sus diferenciales.
Lo
mismo hizo el Gobierno Autonómico de Cataluña, una de las divisiones del
estado español, para explicar una antigua tradición de la región:
regalar a hombres y mujeres por igual, una rosa y un libro, en el día de
San Jorge, patrono de los catalanes.
Naturalmente, el folleto iba dirigido a personas que no conocían la
costumbre.
La
portada del folleto decía:
23
de abril,
San
Jorge
Libros
y rosas
¿Por
qué Catalunya te regala una rosa?
Al
abrirlo, se veía la clásica imagen de San Jorge montando en su caballo,
y con una lanza matando a un dragón. Debajo:
Esta
es la historia de Sant Jordi,
un
dragón, una rosa,
millones
de libros y un
país
llamado Catalunya.
Ya
en el interior del folleto, se desplegaba el texto:
Erase
una vez un país llamado Cataluña en el que habitaba un poderoso
caballero que por gracia divina se convirtió en héroe de una gesta
caballeresca. Dicen que asolaba la región un monstruo terrible y feroz,
que poseía las facultades de caminar, volar y nadar, y que con su aliento
siniestro quemaba bosques y cosechas. Aterrorizados, los habitantes del
lugar decidieron ofrecerle diariamente una persona en sacrificio para
calmar su ira.
Y
así lo hicieron durante muchos años, hasta que un día quiso la suerte
que la hija del Rey fuese destinada a servir como alimento del dragón.
Muchos se ofrecieron para sustituirla, pero el Rey no aceptó. Con el
corazón lleno de dolor, obligó a la gentil Princesa a cumplir su cruel
destino. Pero sucedió que, estando a punto de ser devorada, apareció un
joven caballero montando en un corcel blanco y ataviado con una armadura
dorada y brillante. Era el noble Sant Jordi que había llegado para
salvarla.
La
batalla que siguió fue salvaje y desigual, pero como el bien siempre
triunfa, Sant Jordi logró
ensartar su lanza en el corazón del dragón. Y cuenta la leyenda que de
esa mortal herida brotó sangre y de la tierra que recibió esa sangre
brotaron rosas rojas, las más hermosas que jamás se han visto. Seducido
por su belleza, Sant Jordi cogió la más luminosa de todas y se la entregó
a la Princesa como símbolo de su eterno amor.
Desde entonces han pasado muchos siglos, pero el dragón sigue estando
entre
nosotros. Hoy se llama incultura, violencia y odio. Por eso, cada 23 de
abril
todos los catalanes nos convertimos por un día en Sant Jordi y
celebramos
el Día del Libro y de la Rosa regalando a nuestras personas
queridas una rosa y un libro, como símbolo de belleza y cultura, de amor
e
inteligencia.
Así
son las tradiciones de nuestro país, Cataluña. Un país mediterráneo,
avanzado y creativo, integrado por personas con iniciativa y mentalidad de
futuro. Un país que exporta tecnología de vanguardia, maquinaria
industrial, automóviles, productos farmacéuticos, frutas y vino... y que
ahora, además, se ha convertido en el primer exportador mundial de
emociones. Porque desde este año, el 23 de abril, día de Sant Jordi, ha
sido declarado por la Unesco Día Mundial del Libro.
En
Cataluña nos sentimos orgullosos de que una de nuestras tradiciones más
arraigadas empiece a extenderse a todo el mundo. Por eso, queremos
celebrarlo contigo regalándote una rosa por la compra de un libro. Un
libro que quizás te cuente una historia tan fantástica como la de Sant
Jordi, el dragón, la rosa, millones de libros y un lejano país llamado
Cataluña.
En
la contraportada del folleto aparecía, junto a su logotipo, el firmante:
Generalitat de Catalunya, Gobierno Autonómico de Catalunya.
Es importante hacer notar que las dobles grafías en español y catalán
(San Jorge–Sant Jordi; Cataluña–Catalunya) se citaban así en el
folleto.
Otro
ejemplo de folleto es el que produjo una empresa de tipografía.
En
la portada se leía:
Giambattista
Bodoni
Debajo
aparecía la imagen de su rostro. A continuación:
Ornamentos
y
al pie, el nombre de la empresa
Stone
Type Foundry Inc.
Al
abrir el folleto, y antes de un espléndido muestrario de 92 ornamentos
originales, el texto explicaba:
Los
Ornamentos ITC Bodoni
Giambattista
Bodoni (1740-1813) es conocido por sus magníficas tipografías creadas a
lo largo de su carrera de cuarenta y cinco años como impresor del Duque
de Parma.
Los rediseños de su familia de letras se encuentran entre los más
populares del este siglo. La tipografía que usted está leyendo ahora es
ITC Bodoni.
Bodoni
también creó un gran número de otras tipografías que, hasta ahora, no
han sido difundidas.
Los ornamentos que aparecen aquí son parte de ese tesoro oculto. Y fueron
seleccionados por Summer Stone entre la gran variedad que aparece en el Manuale
Tipografico de Bodoni, de 1818.
Stone digitalizó las versiones de esos ornamentos agregándolos a la
familia ITC Bodoni, que ahora presenta Stone Type Foundry.
El
origen de la forma de los ornamentos fue descripto por un contemporáneo
de Bodoni, Edward Rowe Mores, en 1778:
“Nacieron
de las figuras de objetos reales naturales y artificiales, civiles y
militares, así como de semillas y flores del campo y del jardín, hojas,
ramas, frutas, cestas de flores, macetas, urnas, cruces, estandartes,
espadas, lanzas inclinadas, y otros modelos tomados del reino de la
naturaleza y de la heráldica.”
Una
aclaración final, acerca de la imagen de la portada:
Retrato
del joven Bodoni, por Giuseppe Baldrighi,
dibujo
al carbón (14 por 8 pulgadas)
Museo
Glauco Lombardi, Parma
En
la contraportada se mencionaban todos los datos de Stone Type Foundry Inc.
El folleto iba acompañado además de un volante para adquirir los
ornamentos solicitándolos por teléfono, e-mail y fax.
El texto publicitario para el
folleto
En el plano literario, se dice
que el cuento –donde no hay tanto espacio– opera por sustracción, y
la novela lo hace por adición.
Y mientras en el cuento hay tensión, en la novela hay extensión.
Aún quienes no acepten que el cuento es lo más cercano a un texto
publicitario, considerarán lo del escritor Julio Cortázar: “La novela
gana por puntos; el cuento, por knock out”.
O lo que mencionó otro escritor: “Como no tenía tiempo, escribí una
novela”.
Características
Un buen texto publicitario debería
ser:
1. Sintético. Lo cual no quiere
decir breve, sino que no posee nada superfluo.
2. Consistente. Un publicitario
decía que debía haber una idea en cada frase.
3. Estimulante. Impulsa a la
acción. O lo que es lo mismo, evita que la gente exclame “¡Qué buen
aviso!” y, en lugar de eso, piense “¡Necesito ya mismo ese
producto!”. David Ogilvy comentaba: “Cuando hablaba Esquines, decían:
‘¡Qué bien habla!’. Sin embargo, cuando lo hacía Demóstenes, decían
‘¡Marchemos contra Filipo!’.”
4. Tenso: da la sensación de
que algo va a ocurrir.
5. Claro. Evita la jerga: muchas
empresas tienen nombre internos para llamar a sus productos o a algunas de
sus particularidades. Es importante evitar que ese lenguaje pase a los
avisos: los lectores no son empleados de la empresas, son extraños a
ella.
Requisitos de la redacción
Watson Dunn explica que todo
texto publicitario tendría que cumplir con estas pautas:
1. Claridad. Los lingüistas
reconocen tres niveles de lengua o comunicación verbal: superior, medio e
inferior.
El superior es el académico, el científico, aquel que sólo puede ser
entendido por personas adentradas en la materia. También es el lenguaje
de la formalidad. Un ejemplo: inquisidor.
El nivel medio es el de la conversación formal. Siguiendo con la misma
palabra del ejemplo anterior, para este nivel la correspondiente sería curioso.
El último, es el inferior: el amistoso, familiar. Incluso todo argot o
lenguaje entraría en esta categoría. El ejemplo: preguntón.
Esta clasificación es puramente descriptiva: un nivel inferior no implica
un juicio moral hacia las palabras que lo componen.
La publicidad se mueve generalmente en los niveles medio e inferior. El
lenguaje superior queda reservado a folletos técnicos o publicaciones
especializadas: dos ámbitos a los que los redactores publicitarios no
suelen tener acceso. La claridad no tiene tanto que ver con qué palabras
se usan, sino a quién uno se dirige con ellas.
2. Brevedad. Se habla de que ésta
es una de las virtudes de una buen texto. Pero al mismo tiempo hay casos
de excelentes avisos con textos que pueden considerarse largo. Más bien
habría que indicar que un buen texto tiene la cantidad exacta de
palabras. Algo que, naturalmente, es muy difícil de calcular.
3. Naturalidad. ¿Ser natural es
ser espontáneo? La naturalidad debería entenderse como esa capacidad
para que el texto suene familiar, no forzado ni impostado. Ser natural es
lograr una escritura que aparezca muy fluida a los ojos del lector. Y para
alcanzar este summum, es preciso corregir bastante el primer texto
surgido.
4. Corrección gramatical.
Ninguna ley obliga al redactor publicitario a saber las leyes de la
ortografía de memoria. Pero es algo inherente a su profesión el escribir
bien, sin fallas en la ortografía ni en la sintaxis. Y, atención, que no
se habla de escribir mínimamente
bien.
Partiendo de la base de que quien redacta lo hace de manera correcta,
posee el derecho de tener siempre a mano un diccionario. Y a responder
“No me acuerdo, voy a ver el diccionario” cuando una palabra genere
dudas en la persona que lo consulta.
Cada vez más, los procesadores de palabras incluyen excelentes
diccionarios. Pero no se puede confiar en que ellos resuelvan los
problemas de base del redactor.
Palabras permanentes y palabras perecederas
Hay palabras de moda y hay
palabras que pasan de moda. ¿Qué importancia tiene esto, si de todas
maneras los avisos son hechos para el momento y no para la posteridad?
Las dos cuestiones tienen algo de verdad, pero no toda. Ante ese hecho, lo
mejor será tomar por el camino del medio y evitar ciertos lenguajes muy
específicos.
Por ejemplo, el lenguaje juvenil. Por un lado, está el problema de su
veloz mutación. Por el otro, la eterna pregunta: ¿les gusta a los más jóvenes
que se les hable en un propio idioma? ¿No podrían llegar a sentir que es
una burla a su manera de comunicarse? ¿No creerán que se trata de un
simple truco para atraer su atención?
Otro ejemplo: el lenguaje soez o vulgar. No se trata aquí de las malas
palabras. Cualquier forma de vulgaridad si bien puede ser llamativa al
principio, no hace sino manchar la trayectoria de la marca, el producto,
la agencia publicitaria. Siempre el escándalo ha sido utilizado para
atraer rápidamente la atención. Como los fuegos artificiales, su efecto
es impactante y efímero.
Lo mismo sucede con el lenguaje excesivamente coloquial. Ser familiar no
implica necesariamente que deban emplearse las construcciones de ese tipo
para la escritura. Casi nunca se debería escribir de la misma manera como
se habla.
Aunque la procacidad y la chatura parecieran estar en pleno auge, Orson
Wells tenía muy claro cómo actuar: “La moda es un signo de segunda
categoría. A la postre, seremos juzgados no por el grado de nuestra
incorporación a la corriente principal, sino por nuestra respuesta
individual a ella.”.
Palabras frías y palabras calientes
Hasta tanto no se invente un
termómetro para palabras, cabrá preguntarse: ¿es lo mismo detestar que odiar? Un
ejemplo se encuentra en este titular:
El Banco Victoria
busca
pequeñas empresas
que
odien la palabra
“pequeñas”.
La fuerza, la carga semántica
de odiar no se encuentra en detestar.
En los titulares, sobre todo, una palabra caliente suele resultar más gráfica
que otra que no lo es. Aunque, claro, el límite es impreciso y no existe
un listado de palabras para ambas temperaturas.
Sin embargo, como una guía para reconocer las palabras calientes, se podría
asegurar que:
1. Son de uso cotidiano, pero no
vulgar
2. Son más fuertes que
cualquier sinónimo
3. Remiten a una imagen
4. Resultan ligeramente
agresivas.
Palabras atrayentes y palabras repulsivas
Primero están los conceptos.
Luego llegan las palabras y todos se complica. Un mismo concepto puede
convertirse en algo deseable o detestable según cómo se lo exprese.
Existe un antiguo juego lingüístico que consiste en variar determinada
característica según la persona sea yo,
tú o él.
A modo de ejemplo: “Yo tengo el don de la palabra. Tú eres verborrágico.
El es un charlatán”.
El experto en el complejo arte de vender, Tom Hopkins, presenta una lista
de términos para quienes se dedican a esa especialidad:
Palabras
que lo enredan,
palabras
que lo ayudan.
No
diga
Diga
Contrato
Convenio, formulario
Costo
o precio
Inversión, cantidad
Cuota
inicial
Inversión o cantidad inicial
Comprar
Poseer
Problema
Desafío
Comisión
Remuneración por servicio
Firmar
Aprobar, confirmar, autorizar
Puede parecer un listado hecho
por sofistas. Quizás lo sea.
En cualquier caso, hay que recordar que la publicidad debe apelar a las
emociones más placenteras del ser humano, para persuadir.
Cada palabra corresponde a una emoción. Cuando una persona oye una
palabra, ve mentalmente lo que
ella le sugiere y se produce una emoción.
Algunos términos, como trámite,
tienen una connotación negativa para todos, y por lo tanto se debería
huir de ellas como de la peste. Otros, como vacaciones,
remiten a una emoción agradable compartida por la mayoría.
Lo anterior está muy lejos de los que se consideran textos
bonitos. Se busca aquí un discurso convincente, que apele a las
mejores emociones, a los valores universales que todo consumidor desea
experimentar una y otra vez.
Uso de verbos y control de adjetivos
El título deliberadamente no es
Uso de verbos y de adjetivos.
Los verbos le dan al texto publicitario una dinámica especial. Le
imprimen un sentido de movimiento. Y ponen al producto en acción.
Los adjetivos operan como frenos. Peor que eso: son limitados.
¿Qué puede decirse de un producto? Que es magnífico, práctico,
estupendo, útil, ventajoso, económico, hermoso, ideal, nuevo.
¿Necesita el lector leer todo eso? ¿No suenan como insultos a su
inteligencia? Tal vez sería mejor ocupar ese espacio para centrarse en
las características. Que el lector complete el resto. Que opine cuando él
quiera, en lugar de inducirle los adjetivos.
Un resultado paradojal: la editorial italiana Demetra ha comenzado a
publicar versiones íntegras de grandes clásicos de la literatura. Con
una particularidad: los párrafos más importantes aparecen en una
tipografía mayor. Y ellos corresponden casi siempre a los diálogos o las
escenas de acción. Las descripciones quedan en tipografía pequeña.
Ambigüedades positivas y negativas
Un famoso champú anticaspa de
Argentina tenía por slogan “Para la caspa”. Cuando se lo usaba en
televisión, el locutor lo decía de tal modo que todos se preguntaban si
se refería al verbo parar o al
adverbio.
Ese es un ejemplo de ambigüedad positiva. La doble interpretación
siempre tendría que remitir a algo bueno para el producto, sin que quede
lugar para las dudas.
El extremo opuesto, una ambigüedad negativa: “Televisores Mega. Son lo
que tú ves.” ¿Qué habrá querido decir el redactor con esta frase? ¿Que
son lo que se ve? ¿Que no son nada más que eso? ¿Que son los
televisores que ve todo el mundo? ¿Dónde los ven? ¿En sus casas, en los
avisos o en las vidrieras?.
El manejo de la ambigüedad es un arte complejo. Si
se lo utiliza, es preciso asegurarse de que la ambigüedad vaya en un solo
sentido, se la tome como se la tome. Si no, es aconsejable volver al
seguro terreno de lo directo y sencillo.
Selección de palabras
Dunn sugiere ocho claves a la
hora de elegir las palabras para un texto:
1. Pensar en el receptor. Es muy
útil hacerse una imagen de la persona que podría comprar el producto.
Pero no en términos de “Mujeres, activas, nivel socioeconómico
ABC1”. Hay que repasar el archivo mental de personas que cada uno lleva
en su interior. De esa manera se encontrará con la que se parece a la que
hay que contactar a través del aviso. Es preciso imaginar cada una de sus
costumbres: ¿toma jugo de naranja en el desayuno?, ¿paga sus facturas en
el banco o por débito automático?, ¿hace las valijas con mucha
anticipación o pone lo primero que encuentra en un bolso a último
momento?
No se trata de detalles intrascendentes. Con todos ellos se puede ir
armando el identikit de su personalidad. Y sólo entonces se sabrá cómo
dirigirse a ella. En marketing directo, cuando se trata de escribir una
carta, existe una vieja recomendación: redactar como si uno se dirigiera
a un amigo que vive lejos. En publicidad, vale lo mismo. Sólo por un
instante, resulta necesario imaginarse que alguien le pide al redactor que
le prepare una carta dirigida a una persona de la que no conoce nada. Lo más
probable es que no se sepa por dónde empezar.
2. Evitar los regionalismos o
vulgarismos, a menos que sea preciso. Un buen texto publicitario debería
ser entendido por, al menos, todo el país del medio de comunicación
donde se publica. Los vulgarismos, que suelen proceder del lenguaje
coloquial, son muy filosos y su uso es conflictivo. Es preciso tener en
cuenta que no todo lo que se dice puede ser trasladado al papel.
3. Usar palabras extranjeras sólo
cuando sea imprescindible. Es cierto que el inglés cada vez tiene más
presencia en el idioma español. Pero abusar de las palabras en esa lengua
hace que el texto termine sonando ridículo. Por más que la pretensión
del redactor fuera que sonara internacional o moderno. Si se puede
utilizar una palabra española de reemplazo, es mejor usarla.
4. Preferir las palabras específicas
a las genéricas. “Desconfíe de quien en lugar de decir auto, dice vehículo”:
así terminaba a veces el comentario de un conocido periodista radial.
En lugar de cubertería, es mejor cubiertos.
En vez de musculatura, músculos.
Las palabras genéricas levantan una pared entre el redactor y el lector.
Uno queda en la cima y el lector abajo, muy abajo. No es bueno humillar a
quien va a comprar un producto.
5. Eludir tecnicismos, salvo en
textos especializados. Si se puede escribir dolor
de barriga, ¿por qué escribir dolor
abdominal? Sólo los textos técnicos destinados a expertos admiten
palabras científicas y técnicas. En publicidad, raramente un redactor
tendrá la oportunidad de escribir un texto de ese tipo. Por otra parte,
para ello no necesitarán de un redactor publicitario, sino un redactor
científico, un periodista especializado o, directamente, un científico
con un buen dominio del idioma.
6. Eludir la jergas
intraempresarias. Cierta vez, una compañía de seguros tenía una
cobertura llamada internamente Vivehi,
para proteger las viviendas y vehículos de las personas. Sus ejecutivos
insistían en utilizar esa palabra en un folleto. Es función de redactor
desalentar esa tendencia.
7. Chequear el significado
exacto de cada palabra. Definitivamente, no es lo mismo millonario
que solvente. Si hay dudas, la
intuición no es una buena guía. El redactor no tiene obligación de
adivinar significados. Puede remitirse al diccionario cuantas veces sea
necesario.
8. Cuando no exista una palabra
exacta, habrá que inventarla. El redactor tiene todo el derecho a crear
palabras. Pero para que sean comprensibles para el público, y no sólo
para él, ellas deben respetar algunas normas. Un ejemplo es cliquear,
o hacer clic con el mouse de la computadora. Siendo una palabra que no ha
ingresado aún a los diccionarios, es fácilmente comprensible para las
personas relacionadas con la informática. Se deriva de click, la onomatopeya del mouse. Y se concluye su construcción con
una de las tres terminaciones de los verbos del español. La palabra es
inventada, pero es comprensible.
Las oraciones
Dunn opina que las oraciones:
1. Tienen que ser cortas. En
inglés, 25 palabras alcanzan para expresar en una oración cualquier
pensamiento, por complejo que sea. En español, se necesita un poco más
de palabras.
2. En cada oración una idea y
su respectivo verbo. O dos a lo sumo.
3. Una oración es más
contundente cuando el verbo la encabeza o está lo más cerca posible del
principio.
4. El verbo en voz activa es más
categórico que en voz pasiva.
5. Las frases hechas deben ser
evitadas.
6. Hay que evitar en las
oraciones las intercalaciones –incisos–.
7. Cuando una oración es muy
larga, es mejor acortarla.
Adjetivos
1. No se deben juntar adjetivos
que expresen lo mismo, como en un
auto rápido y veloz, o con un
servicio de a bordo cálido y cordial. Eso indica falta de síntesis y
de vocabulario por parte del redactor.
2. Es conveniente usar adjetivos
únicamente cuando el sustantivo sólo no alcance para decir solo lo que
se debe decir. La frase un motor de
8 cilindros, ¿es mejor
que esta: un poderoso motor de 8 cilindros?
3. No emplear adjetivos difusos.
Si se lo hace, completarlos con datos. Conviene más escribir desde la habitación puede verse el bosque de arrayanes que una
hermosa vista desde la habitación.
4. Hay que ubicar al adjetivo
junto al sustantivo al cual modifica. Por ejemplo, es mejor cuentos de suspenso para niños que cuentos para niños de suspenso.
Son, también, consejos de
Watson Dunn.
Los signos de puntuación
Daniel Cassany indica que “A
lo largo de tres siglos, se incrementa el uso del punto en detrimento del
de la coma. También desciende el uso del punto y coma, mientras que los
dos puntos se mantienen. Estos cuatro datos parecen apuntar a una
tendencia moderna a abreviar o cortar las oraciones”.
Como prueba, aporta un curioso estudio hecho por Thorndike, sobre la
distribución relativa de la puntuación por cada mil signos. Allí se
descubre que en el siglo XVIII Daniel Defoe hace uso de 718 comas y 134
puntos. En el XIX, Walter Scott emplea 687 comas y 177 puntos. Y en el
siglo XX, H.G. Wells coloca 441 comas y 337 puntos.
Parece la crónica anunciada de la muerte de la coma. Sin embargo, dónde
ubicar una coma en los textos sigue siendo tema de discusión entre
anunciantes y redactores.
1. Si la frase es muy larga, no
se la debe cortar con comas. Es aconsejable usar punto aparte, o punto
seguido.
2. Si no se nota a simple vista
que la frase es extensa, hay que tratar de leerla en voz alta. Cuando se
sienta que no alcanza el aliento, es porque se está frente a una oración
demasiado amplia. Es el mejor indicador de que esa frase necesita ser
podada o desgajada. Pero no habría que abusar de este método: el
lenguaje oral no necesariamente se corresponde con el escrito.
3. Es perfectamente correcto
poner una coma antes de una “y” como en cuotas
mensuales, cuotas semestrales y decrecientes, y cuotas anuales. (A
propósito: también es válido empezar una frase con “Y”.)
Asimismo, en una enumeración la coma puede reemplazar a la “y” como
en una publicación actual, bien
escrita, imprescindible.
4. Cuando una coma incomoda, hay
que tratar de quitarla y ver el resultado. Es necesario que no cambie el
sentido: estamos como siempre,
esperando su visita, y estamos,
como siempre, esperando su visita.
5. Es preciso notar si cierta
parte de la frase podrían colocarse entre paréntesis: El
Banco Pan de Azúcar con tres sucursales en Maldonado le brinda una
ventaja adicional. Resulta claro que con
tres sucursales en Maldonado podría ir a modo de aclaración. Una
función que bien puede quedar a cargo de un par de comas: El Banco Pan de Azúcar, con tres sucursales en Maldonado, le brinda una
ventaja adicional.
6. Un último recurso es pasarle
el texto a otra persona y pedirle que lo lea para sí. Una visión externa
puede ser más objetiva que la de quien ha estado demasiado tiempo
sumergido en una frase.
Por último, los puntos
suspensivos pueden ser muy útiles en los textos literarios, pero en
publicidad no son funcionales.
Lo errores más habituales de
la redacción
Volviendo a Dunn, éste advierte
cuáles son los errores que aparecen más a menudo:
1. No poner lo importante.
Sorprendería saber lo habitual que es este problema. Lo importante a
menudo resulta obvio para el anunciante o para el redactor. Y lo obvio no
se menciona porque es justamente eso, obvio. Lo que es obvio para uno no
siempre lo es para el consumidor. Es preciso volver a una inocencia total,
que permita ver el producto desde los ojos del lector del aviso.
2. Exagerar. ¿Alguien escuchó
hablar de las sobrepromesas? Está
bien acentuar características, destacar prestaciones. Pero la exageración
tiene un límite que está dado por el sentido común. Por otro lado,
algunas exageraciones pueden ir directamente contra las leyes de protección
al consumidor.
3. Repetir. Cuando dicen que la
clave de la publicidad es la repetición, no se están refiriendo a
repetir conceptos dentro de un texto. Un texto con reiteraciones, lejos de
reafirmar lo que dice, lo único que produce es aburrimiento.
4. Las vaguedades. No es lo
mismo afirmar que un auto puede hacer 100
km con 15 litros de nafta, que decir que puede
andar largas distancias con bajo consumo de combustible. Todo lo que
es preciso excita la mente, demuestra seriedad, se presenta como una foto
a los ojos de quien mira el folleto.
5. Decir cosas innecesarias. Un
texto con palabras de más puede deberse a que el redactor necesitaba
llenar espacio, o le resultaba imposible diferenciar lo importante de lo
accesorio. Como se acostumbra decir en arquitectura, también en la
redacción muy a menudo “Menos es más”.
6. Caos. Nadie ha probado que
exista una relación directa entre un escritorio desordenado y una mente
desordenada. Pero es muy probable que quien no tenga sus ideas en orden no
pueda expresarlas con total claridad. La confusión en un texto crea
confusión en el lector, y el lector confundido pasa rápidamente a otro
tema. El lector de un aviso no tiene ninguna obligación de leerlo. Sólo
admitirá textos complicados en libros de estudio o cualquier material que
tenga auténtica necesidad de leer. El filósofo Descartes sugería cuatro
pistas para alejarse de la confusión:
. Segmentar toda cosa difícil
en tantas porciones como sea necesario para que pueda entenderse mejor.
. Establecer un orden jerárquico
para los pensamientos. Primero los más comprensibles, luego los más
complejos. Todo de manera gradual.
. Construir enumeraciones
completas que no dejen nada fuera.
. Jamás dar por verdadero ningún
hecho a menos que sea evidente. No incluir en los juicios aquello que no
se presente al espíritu en forma clara y distinta.
Aquello de que un texto parece más
inteligente cuanto más complejo es, puede servir para otras actividades.
No para la publicidad.
Las sugerencias de Vonnegut
Kurt Vonnegut dio estos consejos
para redactar mejor:
1.
Hacer todo simple
2.
No irse por las ramas
3.
Escribir sobre algo que a uno le importe
4.
Sonar familiar
5.
Apiadarse del que lee
6.
Ser valiente para cortar.
Finalmente, este es el texto de
un memorandum escrito por David Ogilvy y dirigido al directorio de su
agencia, para que lo diera a conocer entre todos los colaboradores:
7 de septiembre de 1982
Cómo
escribir
Si
toda la gente que trabaja en nuestra compañía pasara por un examen de
redacción, las puntuaciones más altas sería adjudicadas a los catorce
Directores.
Cuanto mejor escribes y redactas, más arriba puedes llegar en Ogilvy
& Mather. La gente que piensa
bien, escribe bien.
La gente que no sabe pensar de una forma clara y ordenada redacta
memorandums, cartas y discursos confusos y desordenados.
Escribir y redactar bien no es un don natural. Hay que aprender
a escribir bien. He aquí diez cosas que ayudan a conseguirlo:
1.
Lea detenidamente el libro de Roman-Raphaelson sobre redacción (Writing
that works, Harper & Row, 1981.) Léalo tres veces.
2. Escriba tal y como habla. Con naturalidad.
3. Utilice palabras cortas, frases cortas y párrafos cortos.
4. No utilice nunca palabras pertenecientes a la jerga de los negocios,
como reconceptualizar, desmasificación, dimensionar
o valorizar. Ese tipo de
palabras son típicas de los idiotas y los pretensiosos.
5. Nunca escriba más de dos páginas sobre ningún tema.
6. Compruebe sus citas.
7. No mande nunca una carta o un memorandum el mismo día en que los haya
redactado. Léalo en voz alta al día siguiente... y déle un repaso.
8. Si el escrito contiene algo importante, hable con algún colega suyo
para que lo mejore.
9. Antes de mandar su carta o memorandum, asegúrese de que deja
perfectamente claro qué le está pidiendo con él a quien lo reciba.
10. Si quiere ACCIÓN, no escriba.
Vaya a ver a esa persona y dígale
lo que quiere.
Buscando
una respuesta
Siempre
que sea posible es bueno encontrar la manera de que quien lee el folleto dé
una respuesta:
.
Incluyendo un número 0-800, una dirección de e-mail o el nombre del site
. Incluyendo un teléfono del departamento de ventas
. Mencionando el teléfono o la dirección del centro de atención al
cliente
. Ofreciendo información sobre los locales más cercanos al lector, a
través de un
teléfono
. Si se desea que el lector visite la empresa, mencionando qué camino
tomar o qué
medio de transporte es el más adecuado. O mejor: reproduciendo un
mapa claro y
simple
. Colocando un cupón para enviar por fax o por correo, o una dirección
de e-mail,
para solicitar muestras o catálogos, o pedir la visita de un
vendedor
Jamás
se debe omitir mencionar al final del folleto la dirección completa y el
teléfono de la empresa. Sigue siendo sorprendente el número de empresas
que distribuyen folletos sin permitirle al lector saber cómo o dónde
conseguir lo que ofrecen.
Esto quizás no sea válido para productos masivos que, por ejemplo,
pueden adquirirse en cualquier supermercado. Pero incluso en este caso no
estaría mal incluir el número del centro de atención al cliente.
El
folleto en función del aviso para gráfica
Si
el folleto no forma parte de una campaña publicitaria, no es necesario
que se una a un estilo predeterminado.
En cambio, si es una pieza más de la comunicación masiva de un producto,
resulta aconsejable que el folleto responda a la línea creativa general.
La razón está en que es preciso que unas fuerzas potencien a otras. Y si
alguien ya ha visto un buen número de avisos sobre, por ejemplo, un nuevo
auto deportivo, es más que recomendable que el folleto tenga algún nexo
con esos avisos. No necesariamente el mismo titular, pero sí una unión
visual o lingüística.
De ese modo, el folleto entra de inmediato en el campo de conocimiento de
quien lo recibe: así el lector parte de algo conocido y está en
disposición de asimilar más datos.
A la vez, es importante evitar que el folleto sea una transcripción
literal del aviso. En el folleto hay más centímetros disponibles y es
aconsejable explicar en detalle qué prestaciones tiene el auto deportivo,
cuánto consume, quién y dónde se fabrica, qué garantías presenta.
Valor informativo: cuando un folleto no parece un folleto
Aunque
todo el mundo diga que a la gente no le gusta leer, no habría que olvidar
que, hoy por hoy, el bien más preciado es la información.
Y dar información es algo que siempre es bienvenido. Siempre, claro está,
que esa información sea precisa, útil y esté adecuadamente presentada.
Los ejemplos de folletos antes citados son exponentes de piezas con buena
información. Es tan buena, que el autor los conservó, porque no parecen
folletos. Parecen casi artículos sobre ciertos temas.
¿Qué le gustaría al redactor que la gente haga con el folleto que
escribió? ¿Que lo guarde? ¿Que lo tire en la primera papelera que
encuentre por la calle, aunque esté dentro del alcance de la vista de la
promotora que se lo entregó?
Si se tiene la respuesta a esas preguntas, necesitará una afirmación
para responder a una cuestión central: ¿se cuenta con
la suficiente información sobre el producto o servicio sobre el
cual escribir en el folleto?
Pero, ¿qué sucede con los folletos de productos masivos, que quizás no
tienen mucho que explicar?
En una promoción realizada en supermercados de Punta del Este, Uruguay,
para dar a conocer una bebida hecha a base de hierbas, junto con la
degustación se entregaba un folleto muy completo.
No sólo explicaba las virtudes de la bebida, sino que además contenía
crucigramas, juegos de similitud visual, criptogramas.
Naturalmente, el producto y sus distintos gustos eran el tema central de
los juegos de ingenio. Pero estaban mostrados de una forma que los volvía
realmente atractivos.
Para
finalizar, el siguiente texto corresponde a un folleto dedicado a difundir
un nuevo libro policial. El mismo incorpora distintos argumentos de venta
y, a modo de muestra gratis, citas textuales de la obra.
En
la portada se leía:
El
alienista
Caleb
Carr
Novela
En
el interior:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. Dícese del médico especialmente
dedicado al estudio y curación de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
“Acaso
el mayor mérito de Carr resida en su capacidad para reinventar la novela
criminal (cuando ya parecía que no se podía ni parodiarla), ofreciéndonos
no la última sino la primera novedad. El autor ha imaginado con gran
esfuerzo cómo podía desarrollarse una investigación criminal en la época
en que las técnicas básicas de la criminología apenas se habían
inventado.” GQ (Inglaterra).
En
las páginas 2 y 3:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. Dícese del médico especialmente
dedicado al estudio y curación de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
Nueva
York, 1896: todo estaba por descubrir.
Había
un asesino suelto. Había un alienista suelto.
Oleadas
de inmigrantes llegaban a la ciudad. Al bajar del barco eran registrados
con nombres inverosímiles y pasaban a engrosar la enorme población de
proletarios que se hacinaban en los barrios bajos de la ciudad.
La
cotización de la vida humana era prácticamente nula.
Algunos
pillos se aprovechaban de las circunstancias para manipular a las masas.
Casualmente, los agitadores resultaban ser dueños de prostíbulos y
lugares de ocio de naturaleza diversa.
La
ciudad apenas iniciaba el desarrollo vertical que luego la haría famosa.
La especulación de todo tipo era el motor de la vida cotidiana.
Si
uno se hartaba de tanto caos, siempre le quedaba el recurso de zamparse
una exquisita comilona en Delmonico’s. Siempre que pudiera pagarla,
claro.
Era
difícil jugar a policías y ladrones porque la corrupción estaba tan
extendida entre el cuerpo policial que nadie los distinguía.
Theodore
Roosevelt dirigía la policía de la ciudad. Ni siquiera imaginaba que con
el tiempo sería presidente de Estados Unidos.
Por
las calles de la ciudad circulaban carros y calesas. Tras las cortinas de
sus ventanillas se cerraban negocios de valor incalculable.
El
único método de investigación conocido se basaba en la intimidación de
los testigos y la manipulación de pruebas.
Páginas
4 y 5:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. Dícese del médico especialmente
dedicado al estudio y curación de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
Galería
de personajes
Un
asesino: del cual, por razones obvias, no adelantaremos ni el nombre.
Theodore
Roosevelt: antes de ser presidente de Estados Unidos, dirigió la policía
de Nueva York. En la novela, encarga la investigación del caso a un
equipo formado por los siguientes personajes:
John
Moore: periodista de sucesos. (N. del A: casos policiales). Pide la
excedencia (N. del A: licencia temporal, sin goce de sueldo) para poder
centrarse en la investigación del caso. Es el narrador de la historia.
Los
hermanos Isaacson: dos agentes recién llegados de Suiza, donde se han
formado en las más recientes técnicas de investigación (con detalles
tan “avanzados” como el conocimiento de las huellas dactilares).
Sara
Howard: la primera mujer policía de Nueva York. Aporta al grupo puntos de
vista que ninguno de los hombres se habría planteado sin ella.
Laszlo
Kreizler, el alienista: todos admiran en silencio su capacidad de penetrar
en la mente humana. Está obsesionado por el método. Sabe tanto de locos
que, en más de una ocasión, todo el mundo sospecha de que él mismo lo
está. Se rodea de extraños personajes del mundo criminal de Nueva York a
los que ha salvado de la cárcel alegando que sufrían enajenaciones
mentales. Movidos por el agradecimiento, ellos están dispuestos a
defenderlo a muerte. Lo más peligroso está dentro de su propia mente.
Páginas
6 y 7:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. Dícese del médico especialmente
dedicado al estudio y curación de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
El
último, tonto.
El
equipo investigador no sabe absolutamente nada del asesino. Cada día, los
cinco miembros se reúnen y, ante una pizarra, exponen las novedades.
Luego, metódicamente dirigidos por el alienista, tratan de llegar a
alguna conclusión racional. Deben averiguar el aspecto físico del
asesino, su edad, su procedencia, su profesión, los motivos que impulsan
sus actos... Todo.
Convencidos de que cada pequeño hallazgo los llevará a uno mayor, van
aprendiendo sobre la base de equivocarse.
Como la historia está contada por uno de sus protagonistas, el lector no
puede evitar la sensación de que está progresando con ellos. Y, como
ellos, creerá estar siempre a punto de adivinar un detalle importante
para la resolución del caso. A menudo tendrá prisa, se creerá capaz de
ir más rápido que los investigadores. Pero, como bien lo diría el
propio doctor Kreizler, no hay que apresurarse demasiado: un eslabón roto
echaría a perder toda la cadena. De todas formas, por si quiere ir
practicando, ahí va una lista de lo que hay que averiguar acerca del
asesino:
¿Qué
relación hay entre sus crímenes aparentemente inconexos?
¿Por
qué comete errores, como si en el fondo deseara que lo descubrieran?
¿Qué
edad tiene?
¿Qué
aspecto?
¿Tiene
alguna deformidad física? (“¿Y por qué habría de tenerla?”, dirá
el lector. Tiempo al tiempo.)
¿Dónde
aprendió a comportarse así?
¿Cómo
se las arregla para escapar, por mucho que lo vigilen?
¿Cuándo
volverá a matar?
¿Cuándo
cometerá el fallo definitivo?
Páginas
8 y 9:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. Dícese del médico especialmente
dedicado al estudio y curación de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
Unos
fragmentos para irse preparando.
“—Roosevelt,
¿has perdido tu juicio holandés? ¿Un alienista? ¿Un psicólogo? Ya te
has creado un enemigo en cada oficial veterano del cuerpo y, por si fuera
poco, en la mitad de la Junta de Comisarios. En buena parte de los garitos
de la ciudad ya se hacen apuestas a que antes del Día de la Independencia
te habrán despedido. Si se extiende la noticia de que has metido en esto
a alguien como Kreizler... Bueno, sería mejor que contrataras a un brujo
africano.
Laszlo Kreizler soltó una carcajada.
—Probablemente es así como se considera la mayoría de nuestros
ciudadanos. Moore tiene razón, Roosevelt... El proyecto tendría que
llevarse a cabo en absoluto secreto.
Roosevelt asintió.
—Soy consciente de las realidades de la situación, caballeros. Se hará
en secreto.
(...)
—Si esto llegara a descubrirse me costaría el cargo —dijo Roosevelt,
sin que se le viera realmente preocupado—. Me pregunto si eres
consciente, doctor, de hasta qué punto tus trabajos asustan e irritan a
la gente que dirige esta ciudad, tanto en el mundo de la política como en
el de los negocios. El comentario de Moore sobre el brujo africano en
realidad no era una broma.”
“—Sara,
con todas las profesiones que actualmente se les abren a las mujeres, ¿por
qué insistes en ésta? Con lo lista que eres, podrías llegar a científica,
doctora...
—Y tú también, John —replicó secamente—. Sólo que no te apetece
serlo. Y ya que estamos de confidencias, te diré que a mí tampoco.
Sinceramente, a veces eres el más estúpido de los hombres. Sabes muy
bien qué es lo que quiero. —Como también lo sabían todos los amigos
de Sara: quería ser la primera mujer policía de la ciudad.
—Pero vamos a ver, Sara. ¿Acaso te hallas cerca de tu objetivo? A fin
de cuentas no eres más que una secretaria.
Me sonrió amablemente, aunque con el mismo toque de dureza que antes.
—Sí, John... Pero ya estoy en el edificio, ¿no? Hace diez años, habría
sido imposible.”
Páginas
10 y 11:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. Dícese del médico especialmente
dedicado al estudio y curación de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
“No
se había publicado nada en la prensa sobre aquellos asesinatos, aunque la
cosa no tenía nada de extraordinaria. Tal como Roosevelt había dicho,
los asesinatos que parecían no tener solución y que se perpetraban entre
los pobres o los marginados apenas aparecían en informes de la policía,
y desde luego no se investigaban; y cuando las víctimas pertenecían a
segmentos de la sociedad cuya existencia por lo general no se reconocía,
entonces las posibilidades de que su muerte saliera en los periódicos
eran prácticamente nulas. Por un momento me pregunté qué harían mis
editores si les sugería publicar un reportaje (N. del A.: artículo
extenso) sobre un muchachito que se ganaba la vida pintándose como una
prostituta y vendiendo su cuerpo a hombres maduros (la mayoría de ellos
aparentemente respetables), al que habían apuñalado horriblemente en un
oscuro rincón de la ciudad. Sin duda tendría suerte si conseguía que no
me despidieran; aunque lo más probable es que me internaran en el
manicomio de Bloomingdale.”
“Kreizler
era conocido entre los pacientes —así como en los ámbitos criminales,
médicos y legales de Nueva York— como el hombre cuyo testimonio en los
tribunales o en una audiencia sobre salud mental podría decidir —más
que cualquier otro alienista del momento— si a una determinada persona
se la debía enviar a la cárcel, a las dependencias en cierto modo menos
horrorosas de una institución mental, o si podía regresar a la calle.
Por tanto, en el momento en que se le descubría en un lugar como el
Pabellón de los Locos, las habituales exclamaciones de locura daban paso
a un misterioso intento de comunicación coherente por parte de la mayoría
de los internos. Sólo los no iniciados y los enfermos sin remisión
continuaban con su delirio. Y aún así, el efecto de aquella repentina
disminución del sonido no era del todo tranquilizador. De hecho, en
cierto modo era peor para los nervios, pues sabíamos que el intento de
establecer el orden era forzado, y que las oleadas de angustia pronto
volverían de nuevo como ascuas encendidas, protestando ante la
transitoria supresión del chorro de agua.”
Páginas
12 y 13:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. Dícese del médico especialmente
dedicado al estudio y curación de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
“Mientras
Sara seguía en el extremo de la azotea, los demás nos pusimos a recoger
el equipo de Isaacson y a borrar todas las huellas de nuestra presencia,
sobre todo las pequeñas manchas de polvos de aluminio y de carbón que
salpicaban la zona. Y mientras lo hacíamos, Marcus se puso a comentar que
la mitad de los asesinatos que podíamos asignar con seguridad a nuestro
hombre habían ocurrido en las azoteas... Un hecho significativo, ya que
en 1896 las azoteas de Nueva York eran rutas alternativas, pero aun así
concurridas, de viajes urbanos, sustitutos en las alturas de las aceras de
abajo, repletas de sus particulares medios de circulación. Sobre todo en
los barrios pobres y superpoblados, una determinada gente a veces
realizaba todos sus negocios sin bajar siquiera a la calle: no sólo
acreedores buscando que les pagaran, sino fontaneros y ministros de la
Iglesia, vendedores, enfermeras y demás. Los alquileres de aquellos
apartamentos a menudo subían en proporción inversa a la cantidad de
ejercicio que se requería para llegar a un piso determinado, y de ahí
que los residentes más desafortunados fueran los que ocupaban los pisos
superiores de los edificios. Los que tenían negocios con los más pobres
de los pobres, en vez de afrontar repetidamente las empinadas y a menudo
peligrosas escaleras, se limitaban a pasar de un piso superior a otro a
través de las azoteas. Es cierto que aún no sabíamos cómo llegaba a
ellas nuestro hombre, pero estaba claro que una vez allí se desenvolvía
con habilidad. Por tanto, valía la pena explorar la posibilidad de que en
algún momento hubiera desempeñado, o aún desempeñara, algunos de esos
trabajos que obligaban a transitar por las azoteas.”
Páginas
13 y 14:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. Dícese del médico especialmente
dedicado al estudio y curación de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
¿Qué
se puede hacer con esta novela? Alienarse.
Emocionarse
morderse las uñas
aprender
imaginar
entretenerse
gozar
engancharse
viajar
experimentar
estremecerse
leer
sin parar
implicarse
expandir la mente
evocar
enternecerse
alucinar
sufrir
un poco.
10
actividades alternativas para mayor disfrute de El alienista.
1.-
Intentar adivinar quién es el asesino antes que el doctor Kreizler.
2.-
Intentar detener la lectura en la mitad del libro sin sufrir el síndrome
de
abstinencia.
3.-
Pensar cuántos conocidos podrían ser asesinos natos sin que nosotros lo
sospechemos siquiera.
4.-
Admirar la belleza de la portada.
5.-
Regalarlo a un amigo.
6.-
Regalarlo a un enemigo.
7.-
Imaginar que uno también podría haber escrito una historia tan
fascinante
como ésta.
8.-
Desear que por fin llegue la película.
9.-
Pelearse con la pareja para decidir a quién le toca leerlo esta noche. (O
tener dos ejemplares.)
10.- Si ha perdido
la pelea, vengarse insistiendo en que su pareja apague la
luz de una vez.
Contraportada:
alienista.
(Del lat. alienare, perder el juicio.) adj. Dícese del médico especialmente
dedicado al estudio y curación de las enfermedades mentales. U.t.c.s.
Te
atrapará.
Ediciones
B.
Grupo
Zeta.
© 2001, Ricardo Palmieri
Artículo extraído del libro En
pocas palabras. Manual de redacción publicitaria para
avisos gráficos y
folletos. Buenos Aires, La Crujía,
2003.

(*) Ricardo Palmieri es
redactor publicitario, especialista en marketing directo
e interactivo.
Está al frente del estudio Redacción: Palmieri. Es profesor
universitario
y autor de En pocas
palabras. Manual de redacción publicitaria para avisos gráficos
y
folletos, editado por La Crujía.
Puede ser
contactado a través del e-mail palmieri@ganaropciones.com
y del teléfono +(54)(11) 4703-2125.
En pocas palabras. Manual de redacción
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presentan reunidas las técnicas mas conocidas sobre la especialidad. Por
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aproximación al no siempre bien comprendido mundo de la creatividad
aplicada. Este texto incluye numerosos ejemplos, asi como secretos y
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Nota de Patricio Peker: Si después de leer el excelente artículo de
Ricardo a
usted le ocurrió lo mismo que a mi, no sólo tendrá muchas
ganas de leer su
libro "En pocas palabras", sino también:

"El Alienista" Edición de bolsillo
Caleb Carr
EDITORIAL PUNTO DE LECTURA
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